El domingo 22 de junio, Rock al Parque 2025 vivió una jornada marcada por el ritmo, el mensaje y la diversidad. En esta segunda fecha del festival, los sonidos del reggae, el ska y el rock alternativo transformaron el Parque Simón Bolívar en un espacio de baile, encuentro multicultural y reflexión social. Con un line up que abrazó la calidez del Caribe y la fuerza de los discursos conscientes, el festival demostró que también se puede resistir desde la armonía.

Ritmos que abrazan: el mensaje de lucha desde la música “suave”

Rock al Parque demostró que la rebeldía también puede ser bailable. Durante el segundo día del festival, los sonidos del reggae y el ska fueron protagonistas en una jornada que se vivió con corazón abierto y pies en movimiento. Las letras de lucha social, amor por la tierra y unidad resonaron con fuerza, tejidas entre melodías optimistas y vientos festivos.

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La diversidad musical también tuvo rostro colombiano. Bandas distritales como Piangua, Urdaneta y Piel Camaleón demostraron que en Bogotá también se canta al ritmo del sur. Y con una propuesta que unía psicodelia y reflexión política, Chimó Psicodélico dejó una huella profunda con su mensaje sobre identidad y pertenencia.

El grupo argentino Los Cafres creó un puente sonoro intergeneracional, entrelazando su característico reggae con letras de amor consciente y libertad espiritual. Mientras tanto, Los de Abajo y Los Rabanes elevaron la energía del ska a nuevos niveles, generando un ambiente festivo donde se mezclaron pogos suaves y bailes espontáneos que creaban catarsis colectiva.

Con el cierre a su cargo, Los Cafres, una de las bandas más emblemáticas del reggae latinoamericano. Con más de tres décadas de trayectoria, su show fue más que un concierto, fue un acto de comunión espiritual, al ritmo de “Tus ojos” mientras la lluvia caía suavemente sobre el escenario.

Rock al Parque se llenó de acentos, ritmos y banderas que ondeaban al compás del bajo. La multiculturalidad fue una de las grandes protagonistas del día. Cada canción fue un puente entre naciones, generaciones y formas distintas de entender la resistencia.

Detrás del beat festivo, se mantuvo firme el mensaje social, los discursos en tarima hablaban de dignidad, justicia, amor libre y paz; lejos de los gritos, la protesta en esta jornada se vivió con sonrisas, saltos, abrazos y bailes peculiares.

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Comunidad y baile: un domingo para el alma

El domingo en Rock al Parque 2025 tuvo un espíritu distinto: fue una jornada familiar, amable y luminosa. Entre los asistentes se veían niños sobre hombros, parejas bailando y grupos de amigos compartiendo comida y experiencias. Fue un día para celebrar la diversidad sin perder de foco la criticidad.

Los escenarios se convirtieron en pistas de baile colectivas. Desde el primer acorde hasta el último bis, el cuerpo fue protagonista. El Mató a un Policía Motorizado, Viniloversus y Silvestre y la Naranja donde la energía no decayó ni un segundo. El indie, el rock suave y el funk psicodélico también tuvieron su espacio y dejaron claro que la rebeldía adopta muchas formas.

La ciudad de Bogotá, fría y a veces hostil, se dejó envolver por la calidez del sonido caribeño. La mezcla entre el concreto y la marimba, entre los árboles y el trombón, creó un contraste poderoso que Rock al Parque supo aprovechar para romper esquemas.

A pesar de la constante llovizna, el público no cedió ni un instante. Los asistentes permanecieron firmes, coreando canciones y bailando entre charcos, como si la música los hiciera impermeables. Esa entre colectiva reforzó la idea de que Rock al Parque es un ritual que trasciende el clima.

Un mensaje de catarsis, potencia emocional y de superación, se tomó el escenario Bio con la presentación de Allison, marcando un momento memorable en la mente de los asistentes al festival. Destacando también Descartes a Kant, cuyo performance cargado de teatralidad y caos sonoro que descolocó y dejó una memoria imborrable en quienes asistieron a su presentación

Más allá de lo musical, Rock al Parque funcionó como un espacio de reparación colectiva, dónde las diferencias se disolvían al ritmo del tambor y las voces se unificaban en un solo canto. Fue un día en el que la música no solo sonó fuerte: también sanó, conecto y nos recordó porque el festival atrae no solo a miles de bogotanos, sino, también asistentes de todas partes del mundo.

Rock al Parque volvió a probar que el festival no solo es un espacio para el pogo o el metal extremo. También es un refugio para quienes creen que el arte puede sanar. En esta segunda jornada, la música fue una herramienta de comunión, conciencia y alegría compartida. El día cerró con sonrisas, cabezas agitadas y el corazón lleno de beats combativos.

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