A finales de los 90 se abrieron espacio en el mainstream con su Metal Destructivo como lo haría una retroexcavadora a través de una montaña; demostrando que existe un público alternativo que no tolera las fórmulas y canaliza su inconformismo en guitarras estruendosas, percusiones implacables y un grito gutural. Se forjaron en festivales de metal, pero fue Iowa, su segeso álbum de estudio, el que les dio el reconocimiento mesial. En él profesizaron en lo más oscuro del alma, siendo inclusivos hasta con sus propias pasiones y motivaron a una generación enceguecida por el consumismo a pensar un poco más.



Desde entonces han sabido alternar lo grotesco y aberrante con la cordura y brillantez. Y es que la dramaturgia de Slipknot está lejos de ser un acto gratuito. Si bien sus shows están cargados de excesos que llaman fácilmente la atención, se requiere de perspicacia para desglosar el mensaje de justa irreverencia que los ocho de Iowa nos envían.